Todo es color. O mejor dicho, todo es de color, mezcla de colores primarios apadrinados por la luz que los baña. Tan fácil de afirmar como difícil de conseguir cuando de llevar esos colores al lienzo se trata. Pocos maestros han logrado dar vida a través de su pintura a una luz fecunda y ubérrima, que alegre colores y almas. Florinda López lo consigue, magistral e innovadoramente, en las obras que componen esta soberbia exposición. Todo es de color nos sorprende, nos alegra, nos evoca, nos seduce, nos enamora. Su pintura, a través de los sentidos, atraviesa el corazón e hiere a nuestra alma. Una fiesta sensorial tan fácil de percibir como compleja de teorizar, ya que esta pintura va mucho más allá, como veremos, del simple goce sensual. Estas líneas breves intentan que avancemos juntos en el camino alumbrado por sus flores, naranjos, paisajes y retratos.
Florinda López, andaluza y cordobesa, lleva la luz del sur en sus venas. Sólo quien ha sido bañada por ella desde su infancia, quien ha crecido iluminada por las iridiscencias de los naranjos en flor, quien ha acariciado los faldeos de sus copas en busca del milagro de la naranja que engendró, es capaz de conseguir que el sol se pose en su lienzo, que sus rayos jugueteen entreverados entre sus ramas, que su luz se matice gozosa a través del verde clorofila de sus hojas. Florinda López no pinta la luz, se alía con ella para conseguir una pintura tan hermosa como evocadora, tan alegre como trascendente. Porque los naranjos de Florinda López son mucho más que una pintura, son un estado de ánimo. ¿Un estado de ánimo? Sí, un estado de ánimo, una luz que disipa las brumas de nuestras penas, que alegra nuestros corazones, que regala nuestros sentidos.
Y es trascendente porque consigue, al modo escolástico, elevar la parte a la categoría del todo. Aunque el cuadro sólo nos muestra un fragmento del árbol, con sus hojas enmarañadas y sus frutos, percibimos en verdad todo el naranjo, evocamos a todos los naranjos que en el mundo son. No vemos una rama de naranjo, sentimos a todos los naranjos. La fuerza de evocación de estas pinturas trasciende el sentido de la vista para conjugar el resto de sentidos en su melodía, en su sinfonía de color y luz. A eso, los sabios le dicen sinestesia, la capacidad de conseguir una sensación de un sentido que no le corresponde. Vemos el naranjo, olemos su azahar, nos cobijamos en su sombra, nos refrescamos en la húmeda penumbra de sus bajíos, refrescamos nuestros pies en el agua mansa de los alcorques y acequias de riego. Sinestesia, juego equívoco de los sentidos que nos engañan para alcanzar la verdad, que nos elevan para hacernos participar de la realidad esencial, del ser verdadero y completo con sus potencias metafísicas alumbradas.
Para convertir una pintura en un estado de ánimo, para conseguir elevar la parte al rango del todo, para trascender de un dibujo a una comunión esencial, hace falta talento, inspiración, mucho trabajo y, sobre todo, una técnica maestra de ejecución. ¿Cómo podemos pasar de la parte al todo? Pues estas pinturas parecen usar del fractal para conseguirlo. El fractal es un objeto geométrico cuya estructura se repite para formar realidades más complejas. Ha sido preciso el novísimo desarrollo del aparato matemático y conceptual de la física cuántica para descubrir las leyes que aúnan lo pequeño – el fractal – con la realidad visible que conforman. Florinda consigue un universo fractal con sus hojas de naranjo, en su gama de verdes y amarillos. Enmarañadas en ocasiones, simplemente revueltas en otras, apoyadas entre sí, solas, sus hojas se repiten hasta construir un naranjo, hasta evocar a todos los naranjos que en el mundo son. De la simple hoja, al concepto completo del naranjo. El estilo de Florinda López tiene una gran personalidad, con formas y modos propios. Una pintura realista que va mucho más allá de los realismos tan en boga actualmente. La pintura de Florinda López matiza la realidad para reforzar la evocación que encierra. No aspira a reproducir fidedignamente aquello que observa, sino que, por elevación, intenta que entendamos, que participemos en su alma ancestral, que todos nuestros sentidos comulguen al unísono en la partitura de su evocación esencial. Si nos acercamos al cuadro, comprobaremos con asombro cómo el trazo suelto, breve, sin perfilar, desdibuja la nitidez observada desde cierta distancia. Florinda López cubre con la delicada muselina de su pintura los duros trazos de la realidad. Por eso, por ejemplo, podemos acariciar con nuestra mirada el terciopelo cromático de sus begonias, podemos navegar Nilo abajo con el horizonte de sus riberas o acariciar la roja amapola antes de deshojarla.
Desde las vanguardias para acá, la abstracción en la pintura era creadora, o soporte, de un discurso. Era necesario que el pensamiento cabalgara junto a la pintura para alcanzar el cenit de su aprehensión. La pintura dejaba de ser un simple recreo y gozo para la vista para convertirse en un reto para nuestra mente. La pintura de Florinda López no necesita un discurso que la explique, el discurso radica en el propio lienzo. Cuando vemos uno de sus cuadros de naranjos intuimos que estamos viendo mucho más que un naranjo. El cuadro no precisa de discurso que lo explique, el cuadro es el discurso en sí mismo. Decían los sabios sufíes y místicos que a Dios no se puede llegar a través de la razón, sino sólo a través del corazón y los sentidos. Gracias, Florinda López, por estas pinturas hermosas, luminosas y coloridas que, a través de la alquimia de nuestros sentidos, nos elevan y nos hacen comulgar con el dios alegre y generoso de la naturaleza y el arte. Y gracias últimas porque, con estos cuadros…, ¡Todo es de color!.
Manuel Pimentel Siles